Tradicionalmente, el canto a lo poeta tiene dos grandes vertientes temáticas: el canto a lo humano y el canto a lo divino. Mientras el primero refiere a momentos cotidianos y mundanos, el segundo corresponde al canto devocional religioso, explorador del sentido profundo de la existencia. No obstante, el cantor o cantora a lo poeta maneja ambos repertorios, adecuándose al contexto. El “canto en verso” o “décima espinela” era acompañada por el rabel, instrumento de tres cuerdas similar al violín, que cayó en desuso. El acompañamiento actual es guitarrón chileno (tradición de la zona central), instrumento de 25 cuerdas. También es común el acompañamiento de guitarra traspuesta. 

La tradición oral del canto a lo poeta fue mantenida a lo largo de los siglos tanto por mujeres como por hombres cuyo gran recurso era su memoria. Eran personas que dentro de su comunidad campesina gozaban de gran prestigio al acompañar las diversas festividades religiosas (y también profanas), aportando con su ingenio e improvisación dentro del canon establecido. Según el censo de 1865, en el Valle Central del país había al menos medio millar de músicos y personas con oficios orientados a la música, como cantores, fabricantes de pianos  y luthiers. De éstos, la mayor parte eran varones, si bien a lo largo de todo el siglo XIX las cantoras desarrollaron su propio estilo de poemas amorosos. Según Salinas y Navarrete (2012), los poemas proferidos por estas cantoras referían a la convivencia humana entendida en términos del Eros, alejándose de aquellos poemas referidos al Estado, las leyes o la muerte. 

Central para la tradición del canto a lo poeta es la paya o duelo de cantores, disputa de habilidad oral en la cual se ejecutan versos improvisados, usual aunque no exclusivamente un «contrapunto en décimas». Estos duelos gozaban de gran celebración popular y eran parte integral de la esfera comunicacional de los sujetos populares. Uno de los enfrentamientos más famosos tuvo lugar cerca de 1830. Los relatos discordan en el lugar exacto del duelo cuasi legendario entre el Mulato Taguada y Don Javier de la Rosa, el primero representante del peonaje, el segundo de los patrones de fundo, quienes se mantuvieron ¡80 horas! lanzándose versos improvisados. Cuentan los relatos que de la Rosa era un hombre extremadamente culto y tenía instrucción universitaria en Europa, lo cual le permitió sobreponerse a su contendor, quien no pudo seguir y, humillado, prefirió quitarse la vida una vez vencido. Pocos versos se conservan actualmente de este contrapunto.

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